viernes, julio 05, 2013

EMPEZAR A EXPLICARLO



EMPEZAR A EXPLICARLO
No sabría por donde empezar a explicarlo.
Yo venía embalado de un amor sin agujeros que se fue agrietando por culpa de
algunas faldas que se anunciaban como diciendo aquí estarías mejor.
Me vi con veintitantos imaginando
que ya no desnudaría otro cuerpo diferente.
Entonces pude haber seguido el ejemplo
de los hombres que mantienen el instinto al ralentí, olvidar los bares y sus
muchachas, pero la piel me pedía huracán y delirio.
Ya no llegaría a viejo con ella.
Cambié los sueños por los deseos
y rompí la vida en cien mil trozos
por la promesa de unos labios ajenos
intentando convencerme de que no era así, pensando que habría un fácil viaje
de vuelta.
Quizá os imaginéis el golpe.
A la segunda mujer hacía un año que la conocía.
No pude evitar nada y solapé dos sentimientos, el calor de una con el fuego
de la otra.
Fui dos hombres durante un tiempo,
el que buscaba seguridad
y el que pinchaba los airbags.
Por entonces, un tipo? y esto es verdad? me dijo:
Marwan, si tienes un tigre delante
puedes hacer dos cosas:huir o luchar (y matarlo). Las dos están bien.
Lo que no puedes es quedarte quieto
porque te destrozará.
Y durante meses me quedé quieto,
dudando entre el calor y el fuego,
el calor y el fuego,
la rutina o el desastre.
Mi madre también me habló:
Hijo mío, a veces lo mejor es enemigo de lo bueno.
Y yo ya no entendía nada.
Entretanto bajé a los suburbios de mí mismo, esos lugares que invitan al
placer pero no a la reflexión y mientras besaba a quemarropa cada seis
minutos me preguntaba si no sería mejor volver a mis veintipocos, al amor
confortable, al cuerpo cotidiano, esa plácida comarca sin sobresaltos donde
el placer te lo brinda la seguridad y no el riesgo, volver en definitiva a
mi chica, a las emociones pacíficas, utilizar la copia de seguridad de mi
pasado.
Con el tiempo entendí que ni lo uno ni lo otro me convenía pero ya nunca
regresé al hogar.
Me decanté por la llama de un amor
que se resistía a tener adjetivos.
Así ella y yo comenzamos
una de esas historias de cara o cruz
con la moneda siempre girando en el aire y todos los castillos de arena.
Un amor ambiguo donde siempre
era la víspera de todo
pero difícilmente el día de nada.
Un viaje tan a destiempo
que nunca llegamos al mismo sitio
sin que uno de los dos llevara encendidas las luces de reserva de su
corazón.
Y así mi calle ya nunca más
hizo esquina con París.
Si os soy sincero, lo más jodido de todo es no saber qué sucedería si
volviera a sentir lo mismo y tuviera que escoger entre el cuerpo al que amo
y el cuerpo que me hace arder.
No sé, no lo tengo claro.