domingo, octubre 19, 2008

Aprendimos a aferrarnos como sanguijuelas y a sangrar al despegarnos...


LOS APEGOS

Nos han enseñado a estructurar la vida como si las circunstancias
fueran permanentes, como si la existencia ideal consistiera en
amarrarse a una experiencia estática, donde la realidad fuera
inmutable. Aprendimos a buscar estabilidad para hallar felicidad.


Y esta creencia falsa nos ha llevado a apreciar más la rigidez de la
muerte que la fluidez del movimiento de la vida. La tendencia marcada
a querer repetir lo conocido es hoy el obstáculo más grande que tiene
un hombre para alcanzar su apertura de conciencia, y representa una
fórmula muy eficaz para producir estancamiento.

La vida marca ciclos de aprendizaje. Cuando uno de ellos se completa y
todo se derrumba, debemos tener la sabiduría de seguir adelante sin
mirar atrás. La experiencia bien vivida se entrega para liberarnos:

dejamos ir nuestra infancia y la relación de dependencia a los padres;
la adolescencia y el despertar de la primavera. Muchas veces quedan
atrás también las relaciones de pareja, porque el compañero muere o se
divorcia. Los hijos se van del hogar y dejan un vacío. Para todos
nosotros hay tiempos de abundancia y de escasez; de alborotada
juventud y de soledad en la vejez.

En la naturaleza solo el hombre no acepta bien el cambio y la
separación. Parece no saber que para poder avanzar es preciso soltar.
Por eso, cuando la realidad cambia, el ser, que no es capaz de
vaciarse de lo viejo, se queda rezagado.
Nadie nos enseña que hay un
trabajo conciente que hacer, para liberarse de las ataduras del pasado
y deshacerse del exceso de equipaje, antes de continuar la marcha. Un
ciclo de vida concluye y la realidad cambia, pero la mayoría de los
individuos se quedan atorados en la añoranza del recuerdo, y se niegan
a contemplar el regalo de un nuevo amanecer.

Cuando existe una dicotomía entre lo que es y lo que uno desearía que
fuera, se crean estados de angustia, insatisfacción, dolor, miedo y
resentimientos que deben ser sanados.

El individuo, que vive
fragmentado, debe volver a la unidad, y ésta sólo se alcanza sabiendo
cuál es la enseñanza evolutiva escondida tras cada ciclo de
experiencias. Cuando lo conocido se derrumba y el horizonte cambia, es
importante preguntarnos ¿qué debo aprender ahora? ¿Cuál es la razón
para que el universo me haya colocado en esta situación?

Para disolver apegos es necesario un cierre. Lo que quedó atrás y ya
no tiene validez, no debe ser alimentado con la energía del
pensamiento por más tiempo. No es posible avanzar por el camino con la
mirada fija en el espejo retrovisor.

Cuando hay obsesión con imágenes
repetitivas, que vienen del pasado, es señal de que todavía queda algo
pendiente por disolver y transformar. Entonces, con la ceremonia del
perdón sanamos viejas heridas, aquellas que sólo con el roce del
recuerdo sangran nuevamente. También podemos trabajar en la aceptación
de la desaparición de un ser querido. O reconsiderar nuestras quejas,
que seguramente se reducen a que alguien cercano a nuestro corazón no
cumplió bien con el rol que le asignamos. En este último caso hay que
comprender que la culpa es sólo nuestra, pues nuestra es la tarea de
aceptar que cada ser nace con el derecho y la libertad de ser él
mismo.

Cortar los lazos del pasado también significa renunciar a los
resentimientos generados cuando las metas humanas previstas no se
cumplen. A veces, la vida tuerce nuestro destino para darnos la
oportunidad de realizar una misión evolutiva trascendental, que el ojo
humano no ve, porque el cerebro no conoce.

Mario Liani